Todo comienza en casa (2005)
Octubre 2005
En el mes de enero del 2005 llevé a cabo una reunión familiar donde le propuse un proyecto que invitara a cada integrante a cuestionar su entorno y su privacidad. Aquel espacio sagrado privado, donde solo lo pueden compartir aquellas personas de confianza. Una casa cargada físicamente y simbólicamente por sus habitantes, desde la mueblería hasta el sentido estético lleno de símbolos y recuerdos.
Esta casa familiar está ubicada en San Miguel a una cuadra del Centro de Detención Preventiva, más conocida como la Cárcel de San Miguel, que a pesar de contar con una capacidad máxima de 800 reos, retiene 2.000.
La casa familiar está rodeada de fábricas, incluyendo dos manzanas de fábricas construidas por la empresa MADECO, del Grupo Luksic, fabricante de tubos y planchas en aluminio y cobre.
Hay una larga historia de activistas obreros sindicalizados en MADECO. La casa sindical de estos obreros está a media cuadra del kiosco de “Don Peyo” donde se venden los mejores perniles con palta de Santiago, y donde está las oficinas de la federación de un deporte muy desconocido “las bochas” y la chicheria que nadie sabe su nombre y que queda a media cuadra del club de boxeo donde Martín Vargas peleó. Todo esto en la calle que lleva el nombre de un señor olvidado, al parecer, por los libros de historia pero quien, ¿quién sabe por qué?, fue conmemorado con el nombramiento de una calle: Ureta Cox.
Esta casa familiar fue remodelada en 1994 ha sido habitada desde aquel entonces por Raúl Tapia Cabrera, Luisa Salinas Salinas, Daniel Horno Salinas y Francisco “Papas Fritas” Tapias Salinas.
Raúl Tapia es un gran vendedor de zapatos que con mucho esfuerzo pudo juntar dinero para dar un pie y remodelar esta casa. La remodeló con todas sus ideas y sueños y con una gran pretensión, pero al mismo tiempo con la satisfacción de habérselo ganado tras años de sacrificio. Raúl tapia es el dueño de la casa y mi padre. Es una persona tímida, una persona que tiene rasguños que solo él sabe dónde se encuentran. Pero al mismo tiempo es un gran actor y un artista en la construcción su propia personalidad. Lleno de bromas y chistes, experto en el negocio del zapato y en el charco de lagrimas que derraman los zapateros. Con la introducción del zapato económico de rápida factura y de materiales sintéticos elaborados en China y Brasil, la producción nacional de zapatos se acabó. Él sigue pagando la cuota mensual para que la casa sea nuestra, aún gracias a los zapatos, pero esta vez con la venta del zapato proveniente de Brasil.
Consideren esto datos mientras leen sobre qué le propuse hacer a esta familia chilena de clase media.
Les propuse a los tres otros integrantes de esta familia nuclear transformar nuestra casa en una obra de arte. Para que la casa se transformara en obra decidí emplear un proceso donde 20 artistas ligados a las artes contemporáneas intervinieran en ella durante el periodo de un mes. A lo largo de ese mes los artistas intervenían en grupos de a dos o de a tres. Cada tres días a la casa se le incorporaba nuevas obras, algunas que tenían el objetivo de quedarse en la casa, otras que se iban acabando y despareciendo y otras más que se iban moviendo, saliendo de la casa y dejando el espacio para que entraran otras.
Así la casa tendría un nuevo movimiento interno, una nueva forma de sentirse y verse, un hábitat cambiado que afectara ontológicamente los propios habitantes.
La casa para cada intervención estaba abierta al público y la vecindad. Despojando esa privacidad aprendida. Mostrando su forma interna, su construcción de a poco protagonizada por los habitantes, por una familia. Más allá de las rejas y las cortinas, más alá del misterio que esconde cada hogar. Con signos que cuestionaban el lugar, poniendo el espacio—el entorno familiar—en discusión.
Así es como comienza a funcionar “Todo comienza en casa”. Lo que el mundo de arte confundió como galería en una muestra curada por un joven habitante de la casa no era más que una simple casa que se posicionaba como objeto. Una obra—una casa—que en su interior tenía vida propia y redes u fuerza sociales que la iban construyendo al ritmo de lo cotidiano.
Se tomó como decreto que la casa nunca dejaría de ser eso, y para eso cada intervención fue realizada con la solemnidad y el protocolo adecuado. A cada artista se lo incluyó invitándolos no solo a intervenir o aportar con un gesto estético para esta construcción, sino que a hacer parte de esta familia como aquellos amigos de la casa que tienen permiso y confianza para moverse de modo independiente por el íntimo lugar.
Los días de visitas se les evitó llamarles “inauguración”. Se invitó a las personas a entrar como cuando vienen los amigos de los amigos del amigo. Y con la cordialidad correspondiente se los atendía y se les ofrecía un trago de algo, un té, una galleta, un pan, una silla y unas palabras cariñosas.
El suceso tenía el sabor a casa. El público se sentía grata de estar en una casa cálida. Ausente ese miedo y timidez que inspiran los espacios oficiales de arte, espacios vigilados con cámaras de seguridad, espacios fríos para albergar piezas intocables donde el valor cuantitativo prevalece al sentido humano. Ahí donde la barrera entre obra y espectador parece a la que se emerge entre el devoto y el altar intocable de un santo en una iglesia.
Finalmente se construía esta obra en la mesa del comedor de la casa. En conversaciones y picoteos entre los habitantes y los invitados, dejando al publico la pregunta abierta de cuáles eran los objetos propios de la casa y cuáles eran los objetos que habían puesto los artistas. Así muchos miraban cosas que les llamaban la atención que siempre estuvieron en la casa.
En la mesa se desvanecía la pretensión inicial, y las conversaciones se conducían a distintos lugares, logrando que este espacio y esta familia fuesen más importantes que la excusa de los objetos de arte.
El recuerdo de lo ocurrido para esta familia no fue solo una anécdota, fue una clara vivencia, un hecho extraño difícil de contar, una experiencia que los revolucionó, les dio nuevas perspectivas y les generó nuevas preguntas sobre la vida y sobre lo que hace su hijo-hermano, que mostró que el no es el único que hace estas “locuras justificadas”.
Aquí habían 20 locos más. Y vinieron a visitar 50 más que están en la misma volá. Y deberían haber 500 más en Chile, elaborando y creando.
Una familia que accede a ser permisivo, a entregarse al proceso, con la única motivación su cariño y la paciencia que tienen por su hijo artista que tanto tiempo dedica a realizar las ideas que se les ocurren, con el cariño de ayudarlo dentro de lo que más puedan para que el logre sus metas y se realice en lo que desee.
Todo lo que uno es y desea parte desde casa.
Todo comienza en casa. Desde ser persona a ser artista, desde educar y entregar lo que uno hace para que el otro que se enfrenta a lo que uno realiza pueda encontrar lecturas y estimularse y sentirse afectado con el trabajo hasta ser educado por cada una de las personas que visitaron y trabajaron en la casa. Y sobre todo reencontrar y deslumbrarse nuevamente con la familia con la cual uno convive.
Todo comienza en casa, desde entender a darse a entender.
La simplicidad, lo íntimo, lo privado de lo que es una casa se transforman en una pieza a gran escala. Se exhibe. Se convierte en una obra de arte. Una obra viva. Una obra que hace sentir al público en un lugar común. Lo hará sentir “como en casa”.
Simplemente todo lo que uno es y desea parte desde casa.